Carta de saludo y compromiso de Pascua

Amada Familia de Radio María: ¡Cristo vive, ha resucitado! ¡Alegrémonos y felicitémonos!¡Jesús ha resucitado! No es una fantasía; la resurrección de Jesús no es sólo una fiesta; es mucho más: es el misterio de la piedra que fue descartada y que se convirtió en el fundamento de nuestra existencia. Es este precisamente el anuncio que la Iglesia da al mundo”, dice el Papa Francisco.

Los cristianos vivimos esta verdad como el centro de nuestra existencia desde el inicio de la Iglesia. Dice San Pablo: “si Cristo no ha resucitado vana es nuestra fe” (1 Cor 15,14) Todas nuestras certezas se refieren al misterio Pascual de Cristo, a su muerte y resurrección, como el valor de la santidad, el amor a la Eucaristía, la caridad imprescindible, el valor del martirio, el apostolado y la evangelización. Esta verdad explica el ser de la Iglesia en medio del mundo y su misión, es la verdad esencial que proclamamos incluso sabiendo cuántos peligros acechan hoy en el corazón de los fieles por teorías contrarias a nuestra fe que vacían la esencia de la esperanza cristiana.

Con la Iglesia y como Iglesia celebramos jubilosos la Pascua, fiesta de las fiestas, fundamento de nuestra fe cristiana. Anunciamos con alegría la victoria de la vida sobre la muerte, porque Jesús, el Mesías, resucitó y está vivo para siempre: el que se hizo hombre, murió de muerte violenta y fue sepultado, resucitó de entre los muertos, primicia de todos nosotros (1 Cor 15,20; Col 1,18), llamados en él y con él a la vida en Dios. Jesús resucitado por su Padre como respuesta a su vida, entregada por amor hasta el extremo; una entrega que abre un camino a recorrer aquí en la tierra y, luego, en el más allá de la muerte, un camino que nada ni nadie podrá cerrar jamás.

¿Cómo celebrar la Pascua? “Si han resucitado con Cristo, busquen las cosas de arriba” (Col 3,1): resucitemos con Cristo, “buscando las cosas de arriba”. Decía san Agustín: “toca a Cristo quien cree en Cristo”, los creyentes experimentamos esta verdad. Jesús es una creatura nueva, lo antiguo pasó, lo nuevo comenzó y nuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Es una realidad bella, no un sueño ni un ideal inalcanzable. De no ser así parecería que el pecado y la muerte son más fuertes y condenan a la humanidad a una vida de oscuridad. Pero, el poder y el amor de Dios son más fuertes que el pecado. Creer en la resurrección del Señor, aceptarla y experimentarla, nos lleva a vivir una nueva vida llena de esperanza, fortaleza y amor. Resucitar con Cristo implica no vivir más en el pecado, sino participar con Él en el misterio de la cruz, la salvación de todos y vivir como peregrinos a la plena posesión de Dios; triunfar con su victoria sobre el pecado y la muerte. Como María reconoció a Jesús resucitado al escuchar pronunciar su nombre, muchos pueden descubrir al Resucitado al experimentar su amor y comprendan su pasado, presente y futuro a su luz, cuando hagan la experiencia de Cristo resucitado en sus propias vidas.

“¡No está aquí; ha resucitado!” (Mt 28,6) Es el corazón del mensaje de la Pascua y, para comprenderlo mejor, meditemos la resurrección con sus primeros testigos. Redescubramos a Cristo en la frescura del día de Pascua en compañía de María Magdalena, Pedro, Juan y los discípulos de Emaús. Caminemos con sus sentimientos y, como ellos, dejémonos nosotros sorprender por Cristo Resucitado.

1° Encontrar a Cristo Resucitado con María de Magdala.

María Magdalena viene al sepulcro para llorar a quien ama y al que, después de verlo en la cruz, cree muerto. San Gregorio Magno ve, en su obstinación por ir hacia Cristo, al que cree muerto, un modelo para todos. Cuando atravesamos la noche de la fe y Cristo, parece estar muerto, nos invita a volvernos a él y a desearlo sin descanso.

Ante María aparece una tumba abierta y vacía; no comprende, razona con cordura, cree que alguien se llevó el cuerpo de Cristo. Así lo contará a los Apóstoles y regresa llorando al sepulcro, también lo dirá a los ángeles y al mismo Cristo, a quien confunde con el hortelano. ¿Por qué no reconoce a Aquel a quien siguió hasta la Cruz? Para nosotros es fácil entender la Resurrección, la Iglesia lo proclama durante 21 siglos, pero, para quienes la experimentaron por primera vez, era inimaginable e imposible.

Jesús la llama suavemente por su nombre: “María”; ni tambores vibrantes, ni trompetas atronadoras, ni una aparición deslumbrante sobre las nubes como la del Hijo del Hombre anunciada por Daniel (7,13) ¡Qué discreta la primera aparición después de su victoria sobre la muerte! Y es por la voz, instrumento de la fe (Rom 10,17) como María lo reconoce. Se da la vuelta, se convierte y grita su amor: “¡Maestro!”. Jesús se muestra aparentemente duro: “suéltame, porque aún no he subido al Padre”; ayuda a María a abandonar su amor al hombre que conoció antes de la Pasión para aprender a encontrarse con el Señor. Y añade algo significativo: “Ve a mis hermanos y diles que yo iré antes que ellos a Galilea”.

Cristo resucitado sale a nuestro encuentro y nos da una misión: ser sus testigos. La Resurrección es el centro de la Historia, pero no es su último acto; Dios, su autor, nos da la posibilidad de proclamar su anuncio y lo que significa para todos: es posible la victoria sobre el mal y sobre la muerte, la esperanza de la vida y la felicidad eternas.

2° Encontrar a Cristo Resucitado con Juan y Pedro.

Corramos con Juan a a la tumba vacía; él ve la sábana con la que habían envuelto el cuerpo de Jesús y cree; sus ojos sólo ven unos lienzos y un sudario vacío, pero su corazón comprende: Cristo ya no está en el sepulcro: ¡está vivo! Pedro, entra, ve y cree, es su personal camino de reconocer la Resurrección. Dará su propio testimonio en Pentecostés (Hech 2,14-36) En su encuentro con el Resucitado, Pedro descubrió lo que proclamó ese día: el plan de salvación previsto por Dios para con la humanidad a lo largo de la historia, culmina en la Resurrección de Quien fue clavado en la Cruz.

Los Evangelios de la Resurrección especifican la misión de Pedro. A él, corre María Magdalena al ver el sepulcro vacío (Jn 20,1-2) y Juan, el discípulo amado, se aparta para dejar que Pedro entre primero en el sepulcro (Jn 20,3-10); la Iglesia reconoce con amor su primado. Más tarde, a orillas del Mar de Galilea, Jesús Resucitado confirma y clarifica su misión de pastor y concreta su papel al servicio de toda la Iglesia: “Apacienta mis ovejas” (Jn 21,15-19)

3° Encontrar a Cristo Resucitado con los discípulos de Emaús.

Jesús toma la iniciativa del encuentro; camina con los dos discípulos desolados por lo sucedido en el Calvario. Aunque convivieron con él antes de su muerte, no lo reconocen; igual nos sucede hoy, con frecuencia no lo reconocemos cuando camina a nuestro lado. El camino a Emaús es importante para ayudarnos a comprender el rol de la Palabra de Dios en el encuentro con Jesús. El Resucitado les da, a partir de las Escrituras, el sentido de la Cruz. La fe en el Resucitado abre nuestro entendimiento para comprender las Escrituras y no al revés, entendemos mejor lo que significa para nosotros su resurrección cuando nos alimentamos de la Palabra de Dios.

Cuando Jesús llegó a Emaús, se sentó a la mesa con los dos discípulos, “tomó el pan, pronunció la oración de bendición, lo partió y se lo dio”. Ahí lo reconocen y comprenden quién es; para nosotros, la Eucaristía es el lugar del encuentro sensible con Jesús resucitado.

Igual que María Magdalena y Juan, los dos discípulos entienden que el amor nos conduce a él: “¿No ardía nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?” Los caminantes de Emaús comprenden y nos invitan a hacer con ellos el camino que han recorrido con Cristo Resucitado, y que se apresuran a compartir con los demás discípulos, es en realidad el mismo Jesús: “Camino, Verdad y Vida” (Jn 14,6)

4° Un itinerario que vale para todos nosotros.

Podemos seguir meditando con los otros testigos del encuentro con el Resucitado: las piadosas mujeres, el incrédulo Tomás, los demás apóstoles; que nos hacen vislumbrar lo que Cristo Resucitado espera de nosotros. Él toma la iniciativa de manifestarse, elige libremente a quien quiere; desea ser reconocido y da señales, pero no fuerza a nada ni a nadie, dejando que su interlocutor sea libre para responder.

Una vez reconocido, Jesús revela que no está muerto sino vivo (habla, camina, come) es el mismo, de modo diferente y conduce progresivamente de lo visible a lo invisible, del contacto físico a los signos, de la presencia sensible a los sacramentos, en los que, sobre todo en la Eucaristía, Él mismo se nos entrega; al fin sus interlocutores comprenden que Jesús es más que Maestro y Mesías: “¡Señor mío y Dios mío!”, exclama Tomás, bienaventurado porque ha creído sin ver.

El encuentro personal con el Resucitado no es privilegio de los discípulos de la primera hora; todos estamos llamados a vivirlo en los Sacramentos, en la escucha orante de la Palabra, en la comunidad eclesial y en el tejido de nuestra existencia. Jesús es nuestro contemporáneo y nos llama a asumir la misma misión que sus primeros testigos. Todos los encuentros con el Resucitado terminan con una misión. Jesús nos confía a cada uno la responsabilidad de comunicar la buena noticia de la Salvación, formando nuestro corazón y nuestra mente para testimoniarlo con la vida y la palabra.

5° El Señor está presente en su Iglesia y la guía.

La barca de la Iglesia vive en el mundo una situación difícil y paradójica, parece tan frágil que va a hundirse, pero se agarra a la mano del Señor Resucitado, y Él la mantiene a flote mientras camina por una historia turbulenta. Aunque da la impresión que va a hundirse, la mano del Señor que ha vencido a la muerte, la sujeta más fuerte. Vivamos en ella confiadamente, sin avergonzarnos, orando, colaborando, aportando nuestra caridad y la misma vida, nuestro servicio y amor.

6° Con Cristo Resucitado amamos el presente y a nuestra sociedad herida, donde parece que el egoísmo y la desesperanza se imponen.

La luz de Cristo Resucitado ilumina las tinieblas de la vida: desigualdad, esclavitud, corrupción, rivalidad, atropellos y marginación y, tantas miserias que inducen a vivir con miedo y despreciando la vida propia y la ajena. La luz del Resucitado llena los corazones y produce conversiones a la justicia, a la verdad y al amor que brotan de su misericordia, el amor eterno al que aspiramos y que viene de Dios. Es la misión de la Iglesia, repetir desde el corazón: “¡Cristo ha resucitado!” en los problemas cotidianos, en las enfermedades que vivimos, en las guerras y tragedias humanas…

En esta tierra de dolor y tragedia, con la fe en Cristo resucitado, tenemos un sentido; en medio de tanta calamidad hay un horizonte: está la vida y la gloria. “En esta cultura del descarte en la que lo que no sirve toma el camino del “usa y tira” y acaba descartado, lo que no sirve termina siendo, en realidad, fuente de vida” (Papa Francisco) El Señor Resucitado sostiene nuestras vidas y se ofrece para que encontremos la felicidad y el gozo de los santos. Ellos, que fueron pecadores, entregaron su vida como hizo el Señor por nosotros y su presencia ha transformado el mundo; sus hazañas en la evangelización, promoviendo la justicia, entregando la vida por los necesitados, excluidos y marginados. Obremos igual, imitando a Cristo.

7° Con Cristo Resucitado vivimos un fuerte anhelo de la vida eterna.

La expectación de la segunda venida de Cristo, para establecer su Reino definitivo, indica la firmeza de la espera cristiana de la parusía: “cuantas veces coman este pan y beban este cáliz, anuncian la muerte del Señor hasta que venga”, decimos en la Santa Misa. La segunda venida de Cristo debe llevarnos a vivir siempre vigilantes y espiritualmente preparados. El Evangelio es una comunicación de hechos que cambian la vida, porque quien tiene esperanza vive de otra manera; se le ha dado una vida nueva; sabe que su existencia no es un sinsentido; la fe en la vida futura transfigura la presente y la llena de contenido. El criterio de eternidad nos enseña a invertir en la caridad que perdura y a despreocuparnos de asuntos vacíos que nos desgastan enormemente de lo que no quedará nada, y nos libra de grandes decepciones cuando las realidades mundanas en las que pusimos nuestra afición, afecto y esperanza, antes o después nos defraudan.

8° Vivir sencillas consecuencias con confianza y gratitud en esta Pascua.

La Pascua, la realidad mundial y nacional exigen de cada uno, compromisos concretos a los cuales, les invito a sumarnos:

  • Vivir en comunicación permanente con el Señor, que vive y ama infinitamente.
  • Recibir en los sacramentos el alimento que nutre nuestra vida sobrenatural.
  • Buscar la santidad en la práctica, haciendo siempre la voluntad de Dios.
  • Ser coherentes y superar nuestros pecados con la gracia del perdón.
  • Crecer en la comunión de la Iglesia, afectiva y efectivamente, en la propia comunidad, en la familia y en la Patria.
  • Que nuestra caridad fraterna se haga patente, delicada, firme y testimonial.
  • Experimentar la caridad de Cristo en nuestro corazón para transmitirla en un servicio amoroso a los pobres y necesitados.
  • Anunciar a todos la belleza de la vida cristiana, el primer anuncio de la fe, proclamando la Buena Nueva y la salvación de Cristo.
  • Dejar que nuestra fe renueve todas las cosas al estilo del Evangelio de Jesús.
  • Evangelizar y llevar a todos la Buena Noticia que es Cristo.
  • Que nuestra alegría contagie esperanza y vida a cuantos nos rodean o piden razón de nuestra fe.
  • Dejar de alimentar el odio y declarar la guerra a la mediocridad.
  • Jugar limpio, actuar con ética y principios siempre.
  • Educar en la participación, unidos somos y podemos más.

Invoquemos a María en este tiempo: “¡Alégrate, Virgen María, Aleluya!” Nuestra Madre, la Virgen María, experimentó, antes que nadie, la visita de su amado Hijo Resucitado, a quien tuvo muerto en sus brazos después de crucificado. Ella, Madre de la Iglesia, reconoce en nosotros el rostro de su Hijo, impreso en el bautismo, y nos acompaña a caminar en el mundo a la plenitud del cielo para gozar de la plena victoria del Resucitado. Ella es la estrella que nos guía a donde está Cristo triunfante. Cantaba San Bernardo: “Mira la estrella, invoca a María, y no tendrás nada que temer”. Celebremos la Pascua de Resurrección. Los deseos para todos de la alegría y la gracia de Dios. “Este es el día en el que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo” (Salmo 117) Que la paz sea con todos.

¡Felices Pascuas de Resurrección 2025!

Con mi Oración y Bendición, P. Marco Bayas O. CM

  

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