Audiencia General Papa Leon XIV del 3 de septiembre 2025
Audiencia General del Papa León XIV – 3 de septiembre de 2025
El Papa León XIV nos muestra que en el centro del relato de la Pasión, el Evangelio de San Juan nos entrega dos palabras decisivas de Jesús en la cruz: “Tengo sed” y “Todo está cumplido”. Estas expresiones, últimas y definitivas, encierran el sentido de toda su vida y revelan el misterio de un Dios que no se presenta como héroe victorioso, sino como mendigo de amor. Jesús no proclama, no condena, no se defiende; simplemente pide, mostrando que el amor verdadero no solo da, sino que también sabe recibir.
La sed de Jesús no es únicamente la necesidad física de un cuerpo desgastado por el sufrimiento. Es, sobre todo, la expresión de un deseo profundo de amor, de comunión y de relación. El Hijo de Dios, al hacerse hombre, asumió también la vulnerabilidad de necesitar del otro. En ese gesto humilde, en el que acepta un sorbo de vinagre, manifiesta que la salvación no consiste en bastarse a uno mismo, sino en reconocer con confianza la propia necesidad. De ahí que proclame: “Todo está cumplido”.
La paradoja cristiana se revela en la cruz: Dios no salva con la fuerza ni con grandes gestos de poder, sino aceptando hasta el extremo la fragilidad del amor. La verdadera plenitud de la vida no se alcanza en la autosuficiencia ni en la autonomía, sino en la apertura confiada a los demás, incluso cuando se trata de enemigos. Así, Jesús nos enseña que pedir ayuda no es debilidad, sino condición humana y puente hacia la salvación.
Este mensaje resulta difícil de aceptar en un mundo que exalta la eficiencia, el rendimiento y la autosuficiencia. Sin embargo, el Evangelio muestra que lo más humano no está en conquistar o poseer, sino en la capacidad de dejarnos amar y de tender la mano sin vergüenza. Reconocer la propia necesidad, pedir perdón y aceptar el amor de Dios no es signo de fracaso, sino el camino hacia la verdad y la libertad.
La sed de Jesús en la cruz refleja también la sed de toda la humanidad herida por el pecado, que sigue buscando agua viva, sentido y justicia. Esa sed no nos aparta de Dios, sino que nos une a Él, porque en la fragilidad y en el reconocimiento de nuestros límites se abre un camino hacia el cielo. En la fraternidad, en la vida sencilla y en la capacidad de pedir y ofrecer sin cálculo, se esconde una alegría profunda que devuelve al ser humano a su verdad original: haber sido creado para dar y recibir amor.
Por eso, Jesús nos enseña que no hay nada más humano ni más divino que saber decir “necesito”. Pedir no es indigno, sino liberador, porque nos saca de la soledad y nos devuelve a la comunión. La salvación se esconde precisamente en ese gesto humilde de tender la mano. La sed de Cristo en la cruz es también nuestra sed, y al reconocerla sin miedo, descubrimos que en la debilidad compartida florece la verdadera esperanza.
Fernando Arroba
Voluntario Radio María Ecuador